Según Eckhart Tolle, “la resistencia al AHORA -como disfunción colectiva- está intrínsecamente conectada con la pérdida de conciencia de Ser y constituye la base de nuestra deshumanizada civilización industrial. Freud, a propósito, también reconoció la existencia de esta corriente subterránea de desasosiego y escribió sobre ella en su libro El Malestar en la Cultura, pero no reconoció la verdadera raíz del desasosiego y no se dio cuenta de que es posible liberarse de él. Esta disfunción colectiva ha creado una civilización muy infeliz y extraordinariamente violenta que se ha convertido en una amenaza, no sólo para sí misma sino también para toda forma de vida sobre el planeta”.
No puedo estar más de acuerdo con Tolle por quien tengo el mayor respeto y admiración gracias a su obra. Se trata, en efecto, de una disfunción colectiva instalada en prácticamente todos los países del globo. Hay, sin duda, un factor poderoso constituido por ciertas enseñanzas religiosas. A través de la historia, la presencia del pecado y la culpa no han hecho otra cosa más que engrosar las filas de fieles preocupados por la salvación de su alma. A la Iglesia se le ocurrió decirle a toda su congregación, desde siempre, que todos nacen con el pecado original. ¿A qué se referirá esta buena señora con el pecado original? Si decidimos creer en Eva y la singular historia de la manzana y la serpiente pues, además de llenarnos de miedo, quedaremos presos en las garras de la preocupación porque no queremos ir al infierno.
E. Tolle cuenta en su libro El Poder del Ahora, que durante años vivió en un estado de ansiedad casi continua, en los que sufría períodos de depresión suicida. Una noche, cuando acababa de cumplir veintinueve años, se despertó en la madrugada sintiendo absoluto terror. Todo lo que sucedía a su derredor le parecía ajeno, distante, sin sentido. Lo peor era no aceptar su propia existencia. Se dijo que no podía seguir viviendo consigo mismo. Este era un pensamiento recurrente. Pensó que quizá era el ‘yo’ (I) y también el ‘mí mismo’ (myself) con el que no podía vivir y decidió que sólo uno de los dos era real. Esa revelación lo aturdió tanto que no podía pensar, aunque estaba completamente consciente. Empezó a temblar y escuchó las palabras “no te resistas a nada” desde el interior de su pecho. Luego, ya no sintió miedo y se dejó caer en aquel vacío. Se quedó dormido y cuando despertó escuchó el canto de un ave cerca de su ventana y pensó que nunca antes había escuchado un sonido parecido. Con los ojos cerrados vio algo como un diamante y cuando abrió los ojos la luminosidad era diferente, todo se veía de otra manera y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Era como si acabara de nacer. Decidió caminar por la ciudad y no salía de su asombro ante el milagro de la vida sobre la tierra. Al paso de los días, su sorpresa fue menor porque ese estado de calma se volvió su estado natural. Supo que algo profundamente significativo le había ocurrido, aunque no lo entendía. Se dio cuenta, años después, luego de haber leído textos espirituales y de haber pasado tiempo con maestros, que lo que todo mundo buscaba ya le había ocurrido a él. Entendió que la noche en la que vivió un gran sufrimiento, el suceso le había permitido retirarse de la identificación de ser un individuo infeliz, que tenía miedo y que durante años pensó que sus creencias no lo habían ayudado en el crecimiento. Más tarde aprendió a entrar en el reino interior, ajeno al tiempo y a la muerte como un vacío. Permaneció completamente consciente y vivió estados de arrobamiento y santidad. Vivió un tiempo sin empleo, sin hogar y sin identidad socialmente definida. Pasó casi dos años sentado en los bancos de los parques, en un estado de suprema dicha.
Por Dios, si esto le pasa a un individuo cuando se enfrenta a sus miedos y de pronto se abre a las percepciones más claras, a destellos de intensa espiritualidad, que lo conducen a vivir únicamente en el presente, en esta realidad que nos toca, que nos acaricia a cada momento, entonces cuántos podrían insistir en seguir viviendo en el pasado o engañándose fabricando algo que no se sabe si va a suceder o no. La experiencia de Tolle lo sacó de la preocupación y la angustia, para llevarlo a la claridad del presente, lugar en el que todos deberíamos estar.
Todos hemos sido invitados a abandonar la confusión
En este momento, en el que estoy revisando lo que he escrito hasta ahora, quiero agregar dos experiencias personales que se acercan mucho a la vivencia de E. Tolle.
Cuando tenía veinticinco años viví algo que me impactó y que tuvo una duración de quizá un minuto. Me encontraba escribiendo a máquina, en mi oficina de Televisa (la empresa más importante de televisión abierta en México en la que trabajaba como secretaria ejecutiva), cuando de pronto todo quedó suspendido, el tiempo y los objetos. Me sentía invadida por una fuerza extraña que me permitió sentir el momento totalmente diferente y, sin embargo, nada había cambiado. Estaba consciente de la ropa que llevaba puesta, me daba cuenta de la posición de mis manos sobre el teclado de la máquina, y cómo era capaz de seguir respirando en esa nueva atmósfera. Podría decir que me encontraba como suspendida en el aire; yo, la habitación, los objetos estaban congelados. Lo que sentí fue una gran felicidad y la emoción era, sin duda, una sensación de libertad. Pasado este evento comprendí que las cosas nunca serían iguales… que tenía una responsabilidad conmigo misma. Era la oportunidad ideal para iniciar la Ley de Atracción que, básicamente, nos prepara para tomar responsabilidad por todo lo que acontece en nuestra vida y recuperar nuestro poder.
Desafortunadamente, las costumbres dentro de la sociedad en la que fui criada, no me permitieron conservar aquella energía que se manifestó por unos segundos y me dio la más increíble libertad. Conforme pasaron los días, no fue posible contarle a nadie lo que me había sucedido. Sabía que no iban a creerme. Me hubiera fascinado pasar un tiempo como E. Tolle, simplemente viendo lo que sucedía a mi derredor, en cualquier parque lleno de árboles. Cuando, años más tarde lo comenté con alguien de mi familia, la persona se quedó impávida y su respuesta fue totalmente banal. Fue como una prueba para dilucidar en qué frecuencia cada una de nosotras había elegido vivir.
La segunda vivencia para despertar sucedió muchos años después, a los cincuenta años (podría ser significativo el hecho de que esta segunda oportunidad haya acontecido veinticinco años después). Me encontraba tomando mi primer curso de masaje. Se trataba de una técnica muy profunda, en la que los alumnos aprenden a estar conectados con la Energía Suprema y esta es la manera más sencilla que se me ocurre para describirla, además de explicar que se trata de desbloquear áreas tensas y músculos contraídos. La técnica en cuestión se llama Trager y es un trabajo suave a la vez que profundo.
Durante el segundo fin de semana, al estar dando la secuencia completa a una compañera, vi aparecer una intensa luz de color amarillo que cubría mis brazos e iluminaba la espalda de mi compañera. Esto fue totalmente sorprendente y maravilloso a la vez. Me acerqué a la maestra, llena de excitación, diciéndole: “mira, mis brazos están llenos de luz”. La maestra, como muchos norteamericanos, desconfiaba de algunas manifestaciones por miedo a las conocidas demandas legales que pueden surgir. Me respondió con una evasiva “¡Qué bien! Sigue con tu trabajo.” Qué pesar que este evento no haya sido explicado por esta mujer que conocía perfectamente la presencia de la energía universal. Lo que viví sucedió unos días antes de que sufriera y conociera lo que es un renacimiento. No tenía idea de esta condición y en aquella ocasión mis vivencias incluyeron una sesión de bioenergética a la que fui invitada la víspera por varias de mis compañeras quienes se jactaban de tomar todo tipo de cursos. La clase, mal conducida por una pareja de terapeutas, me llevó a una experiencia atemorizante.
El renacimiento que viví al día siguiente fue tan intenso que todo mi cuerpo se sacudía bajo extraños espasmos que luego comparé con la fuerza de un bebé pasando por el canal de nacimiento. Una compañera se acercó y me brindó los más amorosos cuidados. Cuando pude responder a su pregunta “¿Qué sientes en este momento?”, mi respuesta fue: “tengo miedo de volverme loca”. Ella habló suavemente con palabras de apoyo en las que encontré el equilibrio que necesitaba y el amor por mí.
¿Por qué tenía miedo de volverme loca? A los doce o trece años tuve una discusión con mi madre. Con dificultad pude detallarle lo que sucedía en mi interior. “Es algo que siento aquí”, le dije, tocándome el plexo solar, “pero no lo puedo explicar”. Mi madre me contestó, simplemente, “Eres una complicada mental… no discutas, soy tu madre y vas a hacer lo que yo diga.” Mi gentil y dedicada madre no tuvo capacidad, dentro de toda su inteligencia y amor, para darme la información que yo requería. En su realidad no existía nada que pudiera presentarme otro tipo de apoyo. Lo que quedó en mi subconsciente fue una carga de grandes proporciones que no tenía nada que ver con mi habilidad para observar, para vivir fuera de los conceptos que se manejaban al interior de los dictámenes de la sociedad, de la iglesia y de los propios miedos de mi madre.
Trabajar lo que quedaba de mi miedo a estar loca tomó varias sesiones de terapia de las emociones, años después. El regalo que recibí fue aceptar que estoy dotada para percibir la energía que otros seres humanos desprenden, que soy sensible y, por lo tanto, puedo captar vibraciones que me llevan a comprender mucho de lo que está sucediendo en mi realidad. Descubrí que soy creativa. ¡Ah, qué alivio ha sido revisar mi sistema de creencias limitantes y dejar ir lo que no me sirve! Todavía sigo trabajando, porque existe un cúmulo de creencias negativas que son inútiles y poco a poco nos vamos dando cuenta de la carga tan fenomenal que llevamos en espalda, brazos, piernas, plexo solar, cadera y hombros; carga que se manifiesta tarde o temprano como enfermedades.
Recomiendo a todos mis lectores entregarse a las bondades de esta técnica. Decimos: no se pierde nada con probar. Pues bien, puedo afirmar que van a perder todo lo que no les sirve y ganar mucho. Estoy segura de que apreciarán conocer ese lugar en donde la confianza y la dicha respiran libremente.
Buda enseñó que la raíz del sufrimiento debe buscarse en nuestro continuo desear y ansiar.
Si nos preocupamos, nos enferma
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