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domingo, 20 de octubre de 2013

DIARIO DE UN HACEDOR DE ALAS

En la mitología griega, la Hidra era un despiadado monstruo marino (por eso las leyes marítimas que nos rigen) de varias cabezas, cuya cantidad variaba entre unas pocas y más de cien según el caso. Sus cabezas eran de aliento venenoso y poseía la virtud de regenerar dos cabezas, por cada una que perdía o le era amputada. Pueden encontrar mucha información sobre Hidra en Internet. No es mi intención hacer un estudio o desarrollo mitológico de su representación, sino mostrarles la verdadera Hidra, aquella que se oculta y muestra la cabeza que cada uno necesita y quiere ver, la Hidra que dominó por milenios a las masas envenenándolas con su aliento fétido de palabras envueltas en bocadillos de fe, fe que venden
por unas monedas al sufriente y necesitado, exigiendo a cambio su total veneración y sumisión. 

La institución religiosa, sea la que sea, es el órgano de dominio de masas más importante y efectivo que existe y existió desde el comienzo de la humanidad como sociedad. Antes que existiera la sociedad como la conocemos, antes de la institución y la religión antigua y moderna, existía la creencia por instinto y sentir, uno creía en aquellas fuerzas de los mundos superiores que lo asistían y ayudaban, se creía en la naturaleza y el espíritu de las cosas, en el fuego, el sol, la luna, la tierra, los animales, las plantas, en la vida misma que nos contenía en su vientre, en definitiva, se creía en los objetos y no en los sujetos, pues los objetos eran el fin, y los sujetos el medio. No necesitábamos de nada ni nadie que nos dijera como proceder, creer o pensar. Ya hablé mucho sobre las religiones del Demiurgo y sus múltiples facetas, pero nunca hablé de las religiones del hombre, las instituciones creadas específicamente para un único fin, el de envenenar y destruir el espíritu para quedarse solamente con el alma, delicioso manjar de los dioses para consumir. 

En estas cosas hay que ser muy claros y cautos, pues el arquetipo implantado es tan fuerte y profundo, que se transforma en nuestro particular paradigma de eternidad, el temor que nos produce el solo hecho de pensar que si violamos de alguna forma ese arquetipo, estaríamos condenados y expulsados a los infiernos del olvido y la finitud de nuestra alma. Por tal motivo, no hay que confundir institución religiosa o religión, con creencia y sentir. No voy a escribir y contar la historia de las religiones, tampoco su formación y transformación social en “instituciones espirituales”, pues sería algo ridículo darle valor histórico a una farsa armada para el dominio y la manipulación. Me limitaré a explicar cómo funciona esta hidra de múltiples cabezas que se autogenera en más y más cabezas según quieran destruirlas. Primero fueron las religiones antiguas que todavía no eran instituciones, luego la primer institución formada para un fin determinado fue la Judía, luego romanos, luego católicos, después todas sus ramificaciones, evangélicas, ortodoxas, calvinistas, musulmanas, y sus reflejos orientales que no nombraré para no entrar en conflicto con los seguidores de la occidentalización de lo oriental, pero que entran en el mismo cronograma de dominio y manipulación por ser institucionales. Toda filosofía o religión que se enmarque dentro de un cuadro institucional, es producto del ego del hombre y no del espíritu del Ser, pues supedita a todos los demás a sus respectivos estatutos y leyes, producto de su subjetiva interpretación de las creencias que representa. 

El santo padre de cualquier institución religiosa, no es ni santo, ni padre, ni nada que se auto proclame, y sin embargo millones se arrodillan frente a su persona o imagen, como si fuera el REY del mundo. Por mucho menos crucificaron al que dijo ser un hijo de la creación y no pidió nunca que compraran su fe, sólo transmitió su verdad para mostrar que todos la tenían. Muchas veces leo los comentarios o juicios de valor de aquellos que ponen en duda, con todo su derecho, lo expuesto en los artículos, y me digo, esta gente se horroriza por lo que puedo decir, y le cree a un representante de la institución religiosa cualquier estupidez que diga. ¿Qué diferencia hay entre un sujeto montado en un trono que todos veneran y un sujeto que nadie conoce y transmite su verdad, para que uno sea creíble y respetado y el otro negado y vapuleado? La diferencia es Hidra y su aliento venenoso. 

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