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lunes, 26 de diciembre de 2011

La energía de amar

La energía de amar es la energía que impregna todo el universo, está a nuestra disposición y estamos contenidos en ella como el océano contiene a los peces, pero, al igual que los peces, fluimos por ella sin darnos cuenta, incapaces de vivirla conscientemente y ¡menos aún! de utilizarla como lo que es: una herramienta que crea, integra, materializa cosas y facilita intercambios. 

Estamos todavía demasiado ciegos a esta corriente energética. La buscamos fuera cuando fluye dentro, no percibimos la capacidad que tiene de integrar los valores del ser y, menos aún de relacionar que la vida es vida, gracias a la energía de amar. 


En ese afán de dar con ella a todo precio, el ser humano se funde en encuentros afectivos y se confunde con tanto affaire amoroso, para terminar igual de ignorante y más decepcionado, si cabe, acerca de la experiencia real de amar. Vivimos más tiempo enroscados en la idea de cómo debe ser eso de amar que en el acto mismo de amar. 

Es una materia que ha hecho correr ríos de tinta a lo largo de la Historia como bien sabemos, tanto se ha dicho y tanto se ha escrito al respecto, que hasta las palabras han perdido su sentido. 

Por eso pienso que el significado último de todo este cambio que anhelamos profundamente los busca-dores sinceros de la verdad, tiene que ver con la apertura de un estado de conciencia donde lo trascendente quede plenamente integrado en nuestra vida. 

El código de acceso a ese cambio de conciencia es el descubrimiento vivencia de la energía de amar. 

El desarrollo de la naturaleza trascendente en el ser humano disipa la angustia existencial y propicia la implantación de la energía de amar. 

A partir de este descubrimiento esencial se instaura el nuevo estado de conciencia que irá modulando cambios sustanciales a nivel de la materia, máxime, si pensamos en términos de una Humanidad que excede los seis mil millones de individuos, un hecho hasta hoy nunca alcanzado en este Planeta y que supone que, ahora, hay mucha energía física a disposición para producir transformaciones. 

Como resultado evolutivo de esta transformación consciente, el Hombre irá experimentando la emergencia de renovadas estructuras celulares que faciliten la implantación de esa corriente energética en el cuerpo humano. 

El cuerpo humano se va modulando a partir de los cambios de conciencia, la conciencia hace al cuerpo. 

Tal vez las nuevas conciencias que están naciendo ahora ya vengan con esos dispositivos activos, y en la medida que aquí resuene el eco de esa vivencia en una masa crítica suficiente, su efecto terminará siendo percibido a nivel planetario. 

Por tanto, merece la pena reflexionar acerca de la importancia de nuestra participación y cooperación en todo este proceso evolutivo, principalmente, para no quedarnos una vez más a la espera o en la ingenua contemplación de la llegada de los niños de luz que van a cambiar el planeta. 

Lo que precisamos es una firme disposición a activar la luz que ya traemos para que nos podamos encontrar con las conciencias que están llegando y potenciar conjuntamente el cambio planetario. Esos niños que están naciendo necesitan sentir una mano compañera que les agradece su llegada, les reconocen su esencia y les apoya en la tarea que vienen a realizar. 

Nuestro trabajo evolutivo personal cobra ahora una nueva responsabilidad: convertirnos en un espacio abierto y receptivo para que las nuevas generaciones de luz sientan la vibración afín y no se encuentren tan perdidas y desamparadas como lo estuvimos nosotros.

Necesitamos tener una conciencia clara de que el mayor impedimento a que existe hoy para la implantación de la nueva corriente vibratoria en el Planeta es la energía del miedo y del sufrimiento. 

Desde el miedo y el sufrimiento, ¿cómo vamos a ser capaces de reconocer a los jóvenes colegas que están llegando? Por más próximos que estén, aunque sean nuestros hijos, no es suficiente para establecer la conexión con la nueva vibración. 

No podemos sintonizar con ellos desde la genética del miedo, porque ellos ya vienen sin los viejos códigos del antiguo paradigma y están mucho menos predispuestos a sucumbir ante la incertidumbre. 

La corriente vibracional del miedo y el sufrimiento está profundamente arraigada en nuestro pasado, sostenida a través de la cultura, los sistemas de creencias, y está plenamente vigente. 

La Humanidad no sabe todavía vivir sin esos referentes, no sabe ser feliz, no consigue afirmarse en la idea de que la vida merece ser vivida y gozada en libertad. Nos compete estar atentos al hecho de no transmitir y menos aún imponer viejos criterios que ya no sirven más a nadie. 

La lucidez es una condición indispensable para evolucionar con conciencia. La educación en la vida lúcida es el camino imprescindible para ampliar conciencia de uno mismo. 

Vivir sin lucidez no permite amar porque amar es un acto consciente .

Hay que perder el miedo para empezar a amar. Donde hay miedo no hay amor, donde hay sufrimiento no prospera el amor. 

La activación de la propia lucidez se corresponde con la actuación de nuestro nivel de evolución, ese inmenso potencial energético que impulsa al individuo a brillar con ética por lo que verdaderamente es y a no vivir más eclipsado por el miedo y la angustia. 

Ha llegado el tiempo de trascender la paradoja que se nos plantea como resultado de una educación castradora de nuestros talentos y cualidades y encontrar el medio de brillar con luz propia, sin deslumbrar a nadie, y contribuir así desde una acción que se apoya en lo mejor de cada uno, a la evolución consciente en la Tierra. 

Esto equivale a decir que toca atreverse a ser uno mismo porque, nunca antes en la historia del Hombre hemos estado tan cerca de conseguirlo como ahora.

Sólo cuando el individuo pierde el miedo a la vida disipa definitivamente el terror de la muerte, la disolución, los cambios, y osa ¡por fin! SER. Ahora es cuando, realmente, ¡no tiene nada que perder! 

De este modo consigue liberar espacio suficiente en el mundo íntimo para empezar a amar en un cuerpo humano. Es el tesoro que nos reserva la vida en la Tierra: descubrir la riqueza que supone amar aquí, en un cuerpo tan denso y en condiciones aparentemente tan adversas. 

Pero como todo tesoro, permanece escondido a la luz de los sentidos que se distraen con el amor materialista, el amor de las formas y de los encantamientos, el amor facilón sin compromiso o, ese amor posesivo, pasional y ciego, el amor desde el miedo. 

En la vida humana las emociones son moduladoras de sentimientos. Llegamos al sentimiento a través de las emociones que, en la Tierra, son la sal y la pimienta de la vida, es más, me atrevería a decir que las emociones son esencialmente humanas y añaden un condimento primordial al conocimiento de las cosas. 

El problema que acarrea el mundo emocional es que se hace con el poder global de nuestra realidad encarnada y llega a ser tan evidente y consustancial, que terminamos penando que sin ese toque de avidez por la intensidad, no hay vida, o que ésta carece de sentido. 

El sentir termina impregnado de esa fatal intensidad que desenfoca el diseño original de las cosas; la emoción, que tendrían que venir a sumar cualitativamente y a dotar de vitalidad al sentimiento, acaba deformando y caricaturizando dramáticamente la percepción de la verdad. 

Por eso considero que una parte importante del proceso de recuperación de la lucidez en la Tierra viene dado por el trabajo con el mundo emocional. 

La emoción filtra y gradúa nuestro sentir acerca de las cosas porque, entre otras cosas, este es el planeta del sentir, aquí las cosas las sentimos principalmente y luego las pensamos. 

Nuestra forma de pensar está completamente impregnada del mundo emocional, por eso, de la calidad y salud de nuestro mundo emocional, también depende la calidad y la salud de nuestras ideas. 

Pensar y sentir son procesos inseparables y aunque parece que se viven separados, no lo son. 

De la adecuada depuración de nuestras emociones depende la calidad de nuestros pensamientos para que, la noble actividad de pensar, no sea utilizada para triturar el residuo contamínate de las emociones enfermas. 

Una meta más en este proceso de evolución lúcida está en conseguir pensar con libertad, para sentir sin densidad, ni dramatismo y para amar con consciencia. 

El drenaje del mundo emocional enfermo es la base del trabajo de autoconocimiento. 

Miedos, traumas, impedimentos, inseguridad, bloquean la libre expresión de nuestras cualidades y talentos, y así tenemos a la gente limitada en sí misma y por sí misma, identificándose con lo más inmaduro de su naturaleza, viviendo en su propio sótano oscuro, cuando puede brillar con la luz de sus mejores valores. 

Ahora bien, ¿resulta más cómodo vivir en el miedo? ¿Es más rentable para nuestras sociedades inmaduras que la gente viva asustada y enferma? ¿Está usted real-mente dispuesto a asumir el compromiso de su transformación? 

Las respuestas a estos temas están dentro de cada uno. 

Tal vez recordar que los cambios son posibles, quizá difíciles, pero siempre posibles. Vivir en la Tierra permite materializar imposibles, aunque éstos lleven un poco más de tiempo. 


Entiendo que la energía de amar como una energía universal, una fuerza integradora de todas las cualidades del ser que, cuando se descubre en uno, principalmente, como resultado de la transformación de la energía emocional de los miedos y el sufrimiento, comienza su reinado en ese espacio que antes ocupaba la sombra, opera cambios profundos de conciencia y promueve el salto a otras espirales de evolución. 

La energía de amar se descubre dentro de sí y produce una transformación tan potente que influye en la materia, en el ADN y en todo soporte que permita la expresión de la con-ciencia. 


El descubrimiento de la energía de amar es el regalo que proporciona el planeta Tierra al individuo que está haciendo un trabajo lúcido que, por supuesto, es mucho más que un trabajo bien hecho, porque además, es un trabajo consciente. 

La energía de amar es la energía que ecualiza todas las cualidades del ser, cohesiona en la conciencia todo su conocimiento y todos sus valores, otorga la identidad y el pasaporte a la libertad, hacia otros estadios de evolución que no requieren más de la forma para SER, con conciencia de SER. 

El amor es la energía de la libertad de la conciencia.



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